miércoles, 27 de junio de 2007

Jeremías 31 . 31-34

Jeremías 31, 31.34 por Carlos Caamaño

31 He aquí que días vienen –oráculo de yahvé- en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; 32 no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice escarmiento en ellos –oráculo de Yahvé- 33 Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo de Yahvé-: pondré mi Ley en su interior y sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. 34 Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: “Conoced a Yahvé”, pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande –oráculo de Yahvé- cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme.

Introducción: El profeta Jeremías es una persona que vivió en su propia carne los sufrimientos de su pueblo. Él tuvo que experimentar el ser rechazado y no considerado por los reyes de turno de Judá. Durante su vida tuvo que ver cómo muchos de sus conciudadanos fueron deportados a Babilonia. Es en medio de esta situación en la que el profeta Jeremías entrega una promesa que trae en su seno el germen de una nueva vida, una nueva manera de relacionarnos con Dios y con nuestro prójimo.

Jeremías tuvo bastante claridad como para darse cuenta que su pueblo había errado el camino, que había fracasado en su proyecto de ser una nación que diera a conocer a su Dios entre las otras naciones; había fracasado en llevar a cabo todas las implicancias de las leyes que Dios les había dado en el monte Sinaí. Ahora, el pueblo de Judá es un pueblo que se siente apartado de Dios e incapaz de recomenzar su historia. Esto también suele suceder muchas veces en la experiencia de las personas. Frente a una situación de fracaso muchas personas sienten que ya no tienen las fuerzas como para levantarse y emprender nuevas situaciones de vida, y esto se acrecienta aún más cuando se tiene la sensación de una pérdida de sentido por lo que se hace, pérdida que va acompañada de culpa y de un sentimiento de encontrase lejos del favor divino.

Frente a la condición de abandono que sufre el pueblo de Israel, el profeta Jeremías nos ilumina con una palabra que es una verdadera luz de esperanza frente a los fracasos y desaciertos de la vida, una palabra que viene a suscitar la liberación de toda atadura, de todo aquello que nos sume en la angustia, la culpabilidad; de todo aquello que nos esclaviza y que coarta las posibilidades de reiniciar caminos de confianza y esperanza en Dios.

A partir de las palabras del profeta Jeremías encontramos una orientación para nuestras vidas, sobre todo cuando sentimos en lo más íntimo que algo nos falta para alcanzar plenitud de vida.

Primeramente es necesario asumir tanto las victorias como las derrotas de la vida. El texto bíblico dice: “He aquí que días vienen –oráculo de yahvé- en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice escarmiento en ellos –oráculo de Yahvé”. En este prólogo histórico, Jeremías constata la fidelidad e iniciativa amorosa de parte de Dios de conceder liberación a su pueblo. Pero también muestra la otra cara de la moneda: pese a la fidelidad de Dios, el pueblo no respondió con gratitud, sino que fracasó de plano en su servicio a Dios. Si queremos tener tiempos más plenos, es menester aceptar que nuestras vidas están marcadas tanto por cosas agradables, que traen satisfacción a nuestras vidas, como por cosas que de alguna manera quisiéramos olvidar. Nosotros somos una combinación de luces y de sombras. No se puede pasar por alto el hecho que muchas veces no actuamos en consecuencia a nuestros ideales más íntimos. Desde el punto de vista de la ética cristiana, no llegamos a ser consecuentes con lo que predicamos. Esto es lo que dice el profeta Jeremías a sus conciudadanos. Una relación con Dios marcada por la fraternidad debe llevar el sello de sinceridad para con Dios y para con nosotros mismos. Darnos cuenta de los errores cometidos nos permite avanzar en el camino de una realización personal que nos hará más cercanos a Dios y al prójimo, trayendo de paso confianza para la vida.

En Segundo lugar notamos que el amor de Dios es algo incondicional, es un don de su gracia. El texto bíblico dice: “Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo de Yahvé-: pondré mi Ley en su interior y sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.” ¿Qué difícil se hace confiar en las personas cuando éstas nos han fallado o defraudado? ¿Es complicado pedirle a alguien que confíe en nosotros cuando se ha sentido desilusionada por algo que hicimos o dejamos de hacer? Jeremías levanta el ánimo de su pueblo diciéndoles que el amor de Dios sobrepasa todo pronóstico inimaginable: Dios sigue mirándolos con especial atención. Esta es la gran novedad de la gracia divina: El amor de Dios no está condicionada a nuestras obras, ni al cumplimiento de leyes o mandamientos. El amor de Dios, su cuidado hacia nosotros es pura gratuidad, él nos ama más allá de la lógica de recompensa. Dios es amor. Y en su amor el nos acepta tal y como somos, nos salva de la desesperación de sentirnos sin salida, nos libera de nuestros dramas de fracaso y de errores constantes. Dios nos asegura que su voluntad de amor está enraizada en lo más profundo de nuestro ser. Martín Lutero bien pudo haber considerado un texto bíblico como éste para dar a conocer la justificación por la fe. ¡Qué bueno es sentir que la gente nos aprecia, nos estima, a pesar de nuestras imperfecciones! Faltan corazones como los de Dios, capaces de brindar amor incondicional. Sólo un amor de este tipo puede comenzar a escribir en lo más profundo del ser humano una nueva ley, una nueva forma de vida que pueda responder a la gratuidad del favor divino, a su atención amorosa incondicional. Toda acción condicionada de nuestra parte sólo hace de las personas unos clientes que nos deben algo. ¿Qué le debo a Dios? ¿Qué le debemos a Dios? Sentir que él nos ama por sobre todo es un aliciente para ofrecer nuestros dones y talentos en la configuración de obras concretas. Las buenas obras nacerán de la comprensión de un amor gratuito. Pero cuando se piensa siempre en condicionar nuestras acciones, nos volvemos mezquinos y egoístas, nos encerramos en un círculo vicioso al cual invitamos a otros y a otras a entrar. Las acciones condicionadas crean clientelismo, crean personas deudoras, personas culpables. Dios no nos hace sus clientes, sino sus hijos, sus amigos fraternarles. De ahí nuestro último punto.

Dios nos invita a una relación de fraternidad íntima. Se dice que la mala hierba se propaga rápidamente, o que un poco levadura leuda toda la masa, o en términos del feriante, una manzana podrida puede pudrir a las demás. Es verdad, las acciones motivadas por el provecho personal no sólo tienden a perpetuarse en nosotros, sino que también se vuelven en patrones de conductas reproducibles. Una iglesia en la que se de da toda suerte de mecanismo de provecho personal, tiende a crear este mismo sistema de vida entre sus miembros, todo se hará por algún provecho personal, esta será la fuente que motive toda praxis eclesiológica. Pero el otro lado de la cara es esperanza: también la obras no condicionadas pueden reproducirse. Así entiendo las palabras del profeta Jeremías cuando dice: “Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: “Conoced a Yahvé”, pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande –oráculo de Yahvé- cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme.” Donde cada uno se convierte para su prójimo en gratuidad, se convierte en don no condicionado, ahí empieza a surgir una manera distinta de percibir a Dios. Una cercanía íntima de Dios se hace patente cuando las personas se manifiestan afecto más allá de las consecuencias o provecho personal que dicho afecto puede traer. Cuando se ha entendido la gratuidad del amor incondicionado de Dios ya no se necesitan tantas reglas y leyes que nos llamen y exhorten a un comportamiento cristiano; de alguna manera mi actitud desinteresada, la actitud desinteresada del otro y la otra hacía mí, se vuelve en un conocimiento de Dios que nos ayuda a descubrir una vida en donde uno tiene valor como persona, más allá de lo que podemos dar. En medio de ambientes semejantes es posible sentir esa libertad que yo llamó el perdón de Dios.

Conclusión:
¿Por qué muchas veces nos vemos enfrascados en situaciones en las que existen tanta mezquindad y búsqueda de provecho personal? ¿Qué nos lleva a condicionar nuestras acciones a las acciones de otros? La propuesta de Jeremías es invertir el orden de las cosas. Dios es gratuidad, es amor incondicionado, y por ese mismo amor nos asegura la realización de un nuevo estilo de vida, marcado por las relaciones fraternas, no condicionadas, y dentro de un marco de libertad, en el que las culpabilidades y las contradicciones internas han cedido para darle cabida a una realidad más intima con Dios. Ojalá que podamos comprender la gratuidad del amor de Dios, será en ese momento cuando sintamos que sus leyes se están escribiendo en lo más íntimo de nuestro ser.
Amén.

Chiguayante , 24 de Mayo de 2006
01, 31 horas.

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